Fundamentalmente, el origen del gato se ve reflejado en los estudios científicos que se remontan hace 12 millones de años, cuando los gatos vivieron por primera vez en la Tierra. Sin embargo, los gatos comenzaron a ser domesticados hace 4.000 años. Esto con un fin lógico, claro está, pues en aquella época los egipcios pensaron en utilizar gatos para mantener alejadas a las ratas de sus graneros. Más tarde, otros pueblos antiguos empezaron a utilizar gatos como mascotas y los fenicios adoptaron gatos en Italia (Tesouro, 2011).
Esta idea cronología nos da una idea de que el felino domestico fue sacado de su habitad común para realizar una tarea como principio, es decir, fue utilizado como mano de obra alternativa; sin embargo, esta idea no resulta del todo deplorable, pues a fin de cuentas era bien tratados según los registros históricos encontrados, por conjunción esto es una breve idea de lo que resulta ser la conexión humano -gato que había en ese tiempo.
Otros registros históricos como (Salazar, s.f.) indican que los indicios de la presencia de gatos domésticos fueron halladas en culturas antiguas, desde Creta hasta la India. En su contra parte, su lenta entrada en Europa, marcada por plagas y pestes, refleja cómo han sido moldeados por la historia y la cultura. La creencia egipcia de descender de gatos y el cultivo de un aspecto felino por figuras como Cleopatra ilustran su influencia. Además, el gato doméstico actual parece haber conservado algunas características de sus orígenes mediterráneos y egipcios, especialmente en su comportamiento. Esto nos lleva a preguntarnos cómo han sido afectados por nuestra interacción a lo largo de los siglos y qué nos dice esto sobre nuestra relación con ellos.
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